Habacuc fue escrito poco antes de la conquista de Judea por los babilonios o caldeos a través de una serie de guerras e insurrecciones entre los años 606 y 586 a. C. El resultado fue la destrucción total de Judea y Jerusalén, así como el destierro de la mayoría de sus habitantes cuando fueron llevados a Babilonia.

Primera queja de Habacuc (1:1-4)

El profeta vivía en una sociedad injusta. Al ver la situación ética y religiosa de Judea y Jerusalén lanzó una queja a Dios por la injusticia que le rodeaba, la violencia, los pleitos, las contiendas, el juicio que no era según la verdad, el juicio torcido. Esta situación es muy contemporánea para nosotros.

Primera Respuesta de Dios (1:5-11)

Dios respondió que iba a mandar a los caldeos para establecer su justicia entre su pueblo. Estos eran una nación mucho más violenta, corrupta e idólatra que Judea. Le dijo a Habacuc: “que los malvados van a establecer su justicia en su pueblo”. Este pueblo violento va a destruir por completo a los de Judea.

Segunda queja de Habacuc (Hab. 1:12-17)

La respuesta de Dios lleva a Habacuc a cuestionar a Dios mismo por su justicia. ¿Cómo puede Dios usar hombres injustos para establecer su justicia?

Algunas veces nosotros, como Habacuc, nos quejamos de la injusticia divina. Pensamos que somos inocentes o no tan malos como para que Dios nos castigue. No nos damos cuenta de nuestros propios pecados y solo vemos los de los demás. Este supuesto es muy peligroso porque somos ciegos a nuestras propias faltas (Mateo 7:1-6).

Segunda respuesta de Dios (Hab. 2:1-5)

Le dijo que su plan estaba en marcha, que podía estar seguro de que iban a ser destruidos y que nada más era cuestión de tiempo para que su pueblo fuera juzgado.

Dios explicó a Habacuc la razón por la que su pueblo andaba mal: “He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece, mas el justo por su fe vivirá…” (2:4a). Es decir, cuando no confiamos en Dios somos chuecos. Podemos ver cuando no somos rectos porque es cuando más mostramos nuestro orgullo. En otras palabras diríamos: “sí se puede”, “podemos” y no necesitamos tanto a Dios.

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Tenemos una “autoestima alta”, “soy bueno, ellos son malos”, o “nuestra iglesia es la mejor”. Todas estas afirmaciones y muchas más, indican que nos creemos: autosuficientes, autónomos y capaces de tomar las mejores decisiones. Todas estas afirmaciones niegan nuestra dependencia de Dios porque todas afirman nuestra capacidad.

En contraste, lo que Dios quiere es que confiemos siempre en Él para todo. “…más el justo por su fe vivirá” (2:4b). En otras palabras, lo que Dios quiere no es que podamos hacer las cosas, sino que confiemos en Él. Si creemos en nosotros mismos nos idolatramos y rechazamos a Dios. Pensamos que tenemos derechos porque somos buenos, cuando solo Dios es bueno (Marcos 10:18). Nuestro orgullo muestra que no confiamos en Dios para nada. Somos culpables.

Los cinco ayes contra los orgullosos (2:6-20):

Las consecuencias del orgullo, la autoconfianza (en lugar de la confianza en Dios) y la autoestima (es decir: cuando somos orgullosos, capaces de hacer muchas barbaridades contra otros humanos) son:

  1. La tendencia de multiplicar nuestro dinero, bienes, casas y diversiones porque lo merecemos. Los demás, por supuesto, no los merecen (2:6).
  2. Querer todo para escapar del mal (2:9).
  3. Edificamos nuestras ciudades, casas, escuelas e iglesias con lo que no es nuestro (2:12).
  4. Hacemos que nuestros prójimos se vean torpes y nos reímos de ellos, para nuestra propia diversión (2:15), y
  5. Damos importancia a lo material más que a lo espiritual porque somos idólatras (2:19).

Pero Dios va a dar a conocer su justicia y a destruir a todo orgulloso por toda la tierra. Dios no tolera que seamos orgullosos, la idolatría ni la egolatría. Sólo Él es autosuficiente y digno de nuestra confianza. Dios está en lo correcto en su apreciación del ser humano (2:13-14 y 20).

La oración de Habacuc (Hab. 3:1-19)

El profeta expresó su asombro y temor de escuchar la sentencia de Dios sobre su pueblo. También pidió misericordia ante la ira de Dios (3:2) y vio que el juicio de Dios sería conocido en toda la tierra como las aguas cubren el mar (2:14), así como que la tierra se llenaría de alabanza a Dios (3:3). Dios es vindicado en su juicio contra los hombres.

¿Cuál debe ser la actitud de los hombres ante Dios y su ira? La respuesta final de Habacuc es un modelo para nosotros. Dijo: “Aunque la higuera no florezca, ni en la vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová es mi fortaleza. Él hace mis pies como ciervas y en mis alturas me hace andar (Hab. 3:17-19).

Habacuc en el Nuevo Testamento

El Nuevo Testamento cita tres veces a Habacuc 2:4. Para explicar estas citas es necesario comprender todo el contexto de Habacuc, es decir, que está citando todo el libro y no solo la frase: “el justo por la fe vivirá”.

Dichas citas muestran que Dios está enojado con el hombre, como lo expresa Habacuc. Romanos 1:18-32 presenta esta ira de Dios al pecador y que tiene que ser redimido para estar en paz con Él (Romanos 5:1).

Romanos, al igual que Habacuc, enseña que (1) la justicia es por fe (Romanos 3:19-4:25), (2) el pecado es universal (Romanos 1:18-3:23), y (3) nuestra única esperanza es la misericordia de Dios (Romanos 12:1-2) porque todos somos culpables.

Los pasajes que citan a Habacuc en el Nuevo Testamento son: Romanos 1:17, Gálatas 3:11 y Hebreos 10:38. Estos versículos muestran que la salvación es por fe, que la salvación no es por la autojustificación y que a pesar de las circunstancias de la vida tenemos que confiar en Dios.

Reflexión:

¿Qué es lo que pedimos cuando buscamos “justicia”? ¿Realmente estamos buscando la justicia de Dios o sólo las cosas que nos convienen? Si Dios fuera a establecer su justicia, ¿qué crees que haría? ¿Somos solamente víctimas inocentes de la injusticia o somos actores culpables buscando nuestra conveniencia?


Índice A.T.